Me pierdo... estaba en el metro, a las 8:30 a.m. Ni que decir que iba petao... iba leyendo la página 20 de La aventura del tocador de señoras de Eduardo Mendoza. Con su permiso (que doy por otorgado porque el tío lo aceptaría de buen grado, que para eso le voy a hacer publicidad) voy a reproducir una página de ese libro; El protagonista se reencuentra con su hermana después de unos cuantos años, vive en un piso cochambroso, y relata:
Hay mujeres sobre cuya apariencia física un cambio venturoso de estado civil produce un efecto casi mágico, una auténtica transfiguración. No era éste el caso de Cándida, a quien encontré, por decir lo menos, francamente empeorada, como si los años transcurridos desde nuestro último encuentro le hubieran ido propinando a su paso fieras coces.A estas alturas de la página 21 me descojonaba... hice el intento de cerrar el libro, pero el párrafo del extraterrestre me venía una y otra vez, y el descojono también... la gente me miraba, yo estaba un poco avergonzado, pero pensé que en el fondo estaban deseando saber qué narices estaba leyendo que me hacía tanta gracia, así que en un esfuerzo sobrehumano conseguí volver a alzar el libro bien abierto para que pudieran ver el título, y quién sabe si tomar nota mentalmente para leerlo.. si alguien lo leyó y ha reído con él, estoy seguro que recordará esa mañana del metro donde alguien no pudo contener sus carcajadas...
--Hola Cándida --musité--, estás preciosa.
Contra todo pronóstico, Cándida hizo un visaje que en un primate habría podido pasar por sonrisa y respondió:
--Tú también tienes muy buen aspecto. Pero no te quedes en el recibidor. Pasa y ponte cómodo. Estás en tu casa.
Al pronto, y habiendo visto en televisión películas e incluso reportajes reales sobre el tema, pesé que la pobre Cándida había sido objeto de abducción por parte de algún alienígena, y su forma mortal suplantada por éste. Luego me dije que ningún alienígena en su sano juicio se habría posesionado de semejante cascajo como paso previo a la conquista o destrucción de nuestro planeta, y que si, a pesar de todo, algún extraño ser de otra galaxia había tenido aquel capricho, por fuerza el cambio me había de resultar beneficioso.
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